EL CIENTÍFICO, LA PRESIÓN DEL ENTORNO Y EL BUEN HACER

     Hablar, una vez más, del fraude del científico surcoreano, Hwang Woo Suk, cuyos “enormes” hallazgos sobre células madre embrionarias, publicadas en una de las mejores revistas científicas del mundo, resultaron ser, en su mayoría, falsos, parecería falto de interés, por suficientemente tratado. Pero quizás no está de más añadir alguna reflexión, afuer de reiterativo, sobre los fraudes científicos en general, o más bien sobre algunas de las causas que los inducen. Aprovechar este hecho tan impactante en todos los ámbitos para sacar enseñanzas y remover conciencias, siempre resultará positivo. Sin duda que detrás de la publicación de resultados científicos fraudulentos siempre está la miseria humana, la bajeza intelectual y el deseo, a sabiendas, de engañar, a cambio de beneficios personales. Por tanto, nada puede justificar este comportamiento, que debe ser perseguido y erradicado rotundamente. Sin embargo, siempre es un ejercicio saludable mirar a nuestro alrededor para tratar de descubrir posibles causas que puedan actuar de disparadores de tales actitudes, escrutando, de paso, nuestro entorno para descubrir responsabilidades más o menos explícitas.

Patologías a parte, la causa genérica que induce al científico a defraudar es la presión a la que se puede ver sometido por quienes, de alguna manera, alimentan su “sistema productivo”. Pueden ser las diferentes agencias financiadoras, o en su caso, las empresas que autorizan los gastos de los laboratorios correspondientes con cargo a sus presupuestos. A todos nos parecerá que las instituciones que conceden subvenciones públicas para el desarrollo de nuestros proyectos, poca presión nos producen, si acaso la presión estimulante de cumplir compromisos, llegar a tiempo y quedar lo mejor posible en nuestro entorno más o menos próximo. En algún caso, aunque con escasa justificación, y para poder renovar una determinada subvención, pueden producirse ligeras desviaciones del modelo como pueden ser la redundancia de resultados entre publicaciones, la sobre publicación, o el “maquillado” menor de algunos datos, con objeto de hacerlos “más rentables” en un momento dado. Estos, comprensibles aunque no excusables, son “pecadillos” menores que como la primera golondrina de la primavera que no hace verano, tampoco son lo importante. Quizás en el mundo industrial, en el de la financiación privada, el científico pueda sentir mayor presión en su trabajo diario por la necesidad de convertir en producto vendible el fruto de la investigación científica. Pero en este caso, precisamente porque el mercado pone en su sitio a cada cual, los fraudes tienen ese freno natural de la libre competencia y el libre mercado. En este sector, la mayor presión se suele corresponder con mayor salario.

     Entonces, si la subvención pública no causa demasiada presión y la financiación privada tiene una autocensura que se regula a sí misma, ¿dónde está el problema? ¿Cuál es la razón que ha llevado a nuestro colega Hwang Woo a meterse en ese jardín? En mi opinión, la razón debe buscarse en el ansia de notoriedad desmedida (personal, institucional y hasta nacional) provocada por el impacto social, político y económico que las células madre han producido en el mundo entero.

     El caso del científico coreano y el de algún otro europeo (como el del británico de la publicación on line de resultados más que dudosos, sobre el mismo asunto) nos viene a demostrar que lo que estamos viviendo en España en estos últimos años a cargo de las células madre, no es insólito. Sólo, si acaso, algo enfebrecido por la impetuosidad latina. Cuando un tema científico pasa de las revistas especializadas a la cola del supermercado, los peligros que se ciernen sobre él son inminentes. La “alegría”, por no decir insensatez, con que es tratado inmediatamente el asunto por el sector mediático y el político, hacen que el tema se banalice, se desvirtúe y, lo que, en principio puede ser necesario y conveniente, cual es la toma de conciencia social y política de la necesidad de financiación para la investigación y la concentración de ésta en temas trascendentes, se convierte en un problema que debe ser frenado de inmediato. Pero, si me apuran, ni los políticos ni los periodistas deben cargar con la culpa de que la propaganda excesiva sobre un tema serio de investigación, que además afecta a la salud de las personas, se convierta en un problema. A mi juicio, la culpa la tenemos los propios científicos que “nos dejamos querer” por los políticos, primero y por la prensa aduladora que busca la noticia impactante, después. ¿Para cuándo cree usted que se podrá tener una terapia con células madre para curar esta o aquella enfermedad incurable? , pregunta el periodista que sabe que a la audiencia le interesa el tema y que, además, como profesional de la información, los plazos en materia de curaciones son un gancho innegable. A lo que el científico, que no está acostumbrado a los medios pero que en parte “le va la marcha”, contesta: “Pues, verá usted, aunque en ciencia nunca se pueden dar plazos, creo que si el gobierno da los pasos adecuados, tanto en materia legislativa como en lo que se refiere a la financiación adecuada, podría decirle que en cinco años tendremos lista alguna de esas terapias” . Acaba de servir un titular que al día siguiente provocará una expectativa infundada en multitud de enfermos y personas de buena voluntad: “Las células madre podrán curar el Alzheimer en cinco años” . Y así la bola se va haciendo cada vez más grande y tres años más tarde otro periodista, o el mismo, que para el caso da igual, volverá a hacer la misma pregunta y el científico en cuestión, que para entonces no habrá dado ningún “paso de gigante” en la lucha contra el mal incurable, volverá a dar una respuesta parecida, aunque intentará matizarla, porque él sabe que, aunque aquel periodista no entiende, ni se acuerda, sus colegas científicos lo están esperando, porque gracias a que hace tres años se prestó al engaño, consiguió medios extraordinarios, superiores a sus vecinos de laboratorio, centro o universidad.

     Otra cosa sería si el científico hubiese contestado la primera vez: “Verá usted, en España, y más en esta Comunidad Autónoma, no tenemos los equipos, la tradición y los medios para conseguir esos resultados que algunos se atreven a augurar para las células madre, y menos de las embrionarias. Se necesita profundizar en los mecanismos básicos que gobiernan la proliferación y la diferenciación de estas células, antes de pensar siquiera en introducirlas en un organismo humano. Necesitamos saber tanto antes de augurar una curación que estamos lejísimos de poder hacerlo. Ahora bien, a pesar del retraso secular que España tiene en investigación científica, si los gobiernos saben hacer las cosas y se conciencian de que sólo la inversión seria en investigación científica nos sacará del retraso que padecemos, entonces, y sólo entonces, en España, e incluso en esta Comunidad, se podrá ser competitivo y podremos aspirar a conseguir avances tan importantes como los que usted me pregunta” .

     Es decir, la posible insensatez del político y la necesidad inquisitoria del periodista debe ser frenada por la objetividad del científico. Sobre todo el científico que atesora cierto prestigio en su campo y puede hacerse oír por “los poderes”, cuya concienciación resulta imprescindible. De estos científicos son de los que esperamos mucho los demás, e incluso estamos dispuestos a aceptar contratos millonarios si vienen a hacer esa labor.

     España necesita mucho coraje y mucha sensatez en la orientación de su política científica si queremos no desaprovechar más el tiempo en materia de progreso científico. Las células madre son un ejemplo de cómo un tema científico puede calar en la sociedad, lejos de la clásica aridez que se les supone a los temas de este tipo. La sociedad no nos pide que le demos falsas esperanzas La sociedad prefiere tener confianza en la ciencia, y en el científico, aunque estos y aquella no les puedan dar respuesta inmediata a sus problemas de hoy. Los científicos estamos obligados a estar siempre a la altura de las circunstancias, haciendo del rigor nuestro objetivo. Si es así, la sociedad nos seguirá premiando con su más alta consideración, aunque no podamos ofrecerle la curación de su mal en breve plazo.

José Becerra Ratia.
Catedrático de Biología Celular de la Universidad de Málaga