Lo contrario de la ciencia

¿Qué es lo contrario de la ciencia? ¿La fe? ¿El atraso? ¿La ignorancia? ¿Las letras? Nada de eso.

Theodosius Dobzhansky, uno de los fundadores del darwinismo moderno, era un fervoroso creyente, y estaba convencido de que la selección natural no era más que la estrategia que había elegido Dios para crear al hombre. Es un procedimiento largo –cuesta casi 4.000 millones de años—, pero a Dios le sobra tiempo. Newton era creyente, y muchos físicos contemporáneos han llegado a la religión a través de sus ecuaciones. El filósofo evolucionista y ateo Michael Ruse no oculta su simpatía hacia los creacionistas, porque está convencido de que la realidad no sólo es más extraña de lo que imaginamos, sino también más extraña de lo que podemos llegar a imaginar. No, la ciencia no es lo contrario que la fe.

Tampoco es lo contrario que el atraso. Cuando se culpa a la ciencia de la bomba de Hiroshima o de las vivisecciones del doctor Mengele, los científicos responden –con razón— que el conocimiento no tiene moralidad, y que el uso que se haga de él es responsabilidad de la sociedad democrática. Por el mismo argumento, la ciencia no debe arrogarse el mérito de los antibióticos, de las células madre o de las redes de comunicación global. Es la sociedad la que decide pagar sueldos a los microbiólogos, aprobar leyes para investigar con embriones o robar Internet a las élites para entregársela al ciudadano. Si la ciencia no es responsable de los horrores que posibilita, tampoco lo es de los progresos que permite.

la ciencia tampoco es lo contrario de la ignorancia. Se puede ser un gran químico e ignorar todo lo que ocurre fuera del tubo de ensayo. Se dice que la especialización científica consiste en saber cada vez más sobre cada vez menos, hasta llegar a saberlo todo sobre nada. Además, las artes son una forma legítima de conocimiento –la única que la humanidad ha tenido durante 50.000 años—, y los científicos que llaman ignorantes a los humanistas suelen ignorar muchas más cosas que ellos. No, la ciencia tampoco es lo contrario que la ignorancia.

Y la contraposición entre ciencias y letras es uno de los mayores desastres culturales de nuestro tiempo, una amputación mental que nos lastra desde la infancia y nos ciega durante el resto de nuestras vidas. Las ciencias y las letras persiguen un objetivo común, entender el mundo y nuestra posición en él, y trazar entre ellas una frontera educativa, cultural o lúdica sólo puede ser una negligencia incomprensible o una estupidez histórica.

Lo contrario de la ciencia es la complacencia. Si las piedras siempre han caído más deprisa que las plumas, ¿para qué subirse a la Torre de Pisa a comprobarlo? Si todo el mundo sabe que somos el centro del universo, ¿a quién le importa que los movimientos planetarios revelen que la verdad es justo la contraria? Si el tiempo transcurre de forma inexorable, ¿cómo se va a contraer por mucho que uno corra? Si es obvio que Dios nos ha creado, usted, señor Darwin, ¿proviene del mono por línea paterna o materna? ¿Cómo pretenden ustedes explicar el funcionamiento de la mente cuando es palmario que nuestra consciencia es un misterio sobrenatural?

El hecho de que usted, lector, haya abierto esta página web demuestra que no es una persona complaciente. Usted tiene el único don necesario para entender la ciencia: la curiosidad intelectual. Le animo a visitar este sitio con asiduidad. No importa que sea usted religioso, ni suspicaz con ciertos aspectos del progreso tecnológico, ni analfabeto en las múltiples jergas de los investigadores. Y, por supuesto, no importa que sea usted de letras: ojalá lo sea. Los investigadores ya tienen sus propias revistas, y si algo necesita la ciencia, y sobre todo en los países de habla hispana, es tomar contacto con la vida inteligente que bulle al otro lado de la frontera. Ponga ahora mismo esta dirección en su lista de favoritos. Ya está atrapado.

Javier Sampedro