Ricardo Anadón, Catedrático de Ecología de la Universidad de Oviedo, es uno de los miembros más activos de la comunidad científica actual. Con innumerables trabajos publicados, proyectos y Tesis Doctorales dirigidas, que avalan su carrera profesional, se ha centrado en el estudio del equilibrio de la vida marina como indicador de la salud ecológica de nuestro planeta. Sus opiniones tuvieron gran relevancia durante el pasado desastre ecológico del hundimiento del petrolero Prestige en las costas gallegas, dando muestra de su preocupación por los problemas ambientales actuales. Nos hemos dirigido a él para contar con su opinión sobre el cambio climático y el reciente estrenado Protocolo de Kyoto.
Aunque los cambios se producen de una manera rápida en términos absolutos (comparativamente a otras épocas geológicas), es lenta en términos relativos, es decir, en relación a la vida y la experiencia humana. Además, la tendencia general se produce en un ambiente que es variable. Eso hace muy difícil constatar, a partir de la experiencia individual, el cambio de clima. Sólo se aprecia cuando uno reflexiona desapasionadamente sobre los propios cambios atmosféricos (épocas de lluvia y su tipología, frecuencia de vientos en una determinada dirección, frecuencia de nevadas o días con las calles con nieve, entre otras), o lo que ocurre en los mares próximos (temperatura del agua al bañarse), o tiene cierta experiencia en la fenología de algunas especies: aparición de las primeras flores, día de la caída de las hojas, llegada de las aves migradoras. También se percata uno cuando ocurren eventos extremos, que superan lo registrado, como olas de calor en las que hay que considerar no sólo el valor absoluto alcanzado, sino la duración en tiempo de dicha ola.
En resumen, es difícil que la propia experiencia sea un registro adecuado del cambio de clima, aunque si nos pueda hacer sentir que los cambios son una realidad que nos afecta.
El cambio del clima consiste en cambios en la temperatura y pluviosidad. Ocurre en cada zona de la Tierra , y por ello en su totalidad; por eso se considera un Cambio Climático Global. Tal como se utiliza el término hoy en día, hace referencia a cambios de clima asociados a modificaciones provocadas por los humanos y por tanto modificaciones antrópicas del clima. Los aportes de gases de efecto invernadero a la atmósfera provocados por los humanos (quema de combustibles fósiles, modificación de los usos de la Tierra de una manera rápida) no han podido ser asimilados por procesos naturales, entre los que se encontraría su disolución en los océanos. Este incremento provoca una acumulación de energía en la atmósfera y en el océano (forma parte importante del sistema climático terrestre), lo que se traduce en incrementos de temperatura en toda la Tierra. Esta modificación inicial altera las diferencias de densidad de las masas de aire y por ello de los sistemas de circulación atmosférica (intensidad, frecuencia y dirección de vientos). Como el transporte de vapor de agua por la atmósfera es un factor directamente relacionable con la pluviosidad, si se altera la circulación también se ve afectada la pluviosidad.
También se producen modificaciones generadas por procesos naturales, pero su importancia es limitada en relación a los cambios generados por la actividad humana.
Se fundamenta en la propiedad de absorber las radiaciones de longitud de onda en el infrarrojo cercano de ciertos gases carbonados (dióxido de carbono, metano, clorofluorocarbonos) y del vapor de agua. La Tierra emite radiación en estas longitudes de onda. Gracias al efecto invernadero tenemos un clima que ha permitido el desarrollo de la vida en el Planeta; pero el incremento de estos gases se traduce en una retención de la energía mayor y por un tiempo superior a cuando su concentración en la atmósfera era más reducida. Este es el origen del incremento térmico. El incremento de la concentración de gases de efecto invernadero se esta produciendo de forma continuada desde 1900 aproximadamente; la tasa de incremento de dichos gases también se acelera, como resultado del incremento de los procesos de combustión y de modificación de los usos de la tierra por los humanos. Se debe, por tanto, a una alteración de origen antrópico del balance radiativo en la Tierra.
El punto fuerte del Protocolo de Kyoto es su presencia. Ante el mayor desafío actual y futuro con el que se encuentra la humanidad, los dirigentes de la totalidad de los países llegaron a un acuerdo básico para realizar el reparto de las emisiones. El reparto de emisiones que fija el Protocolo de Kyoto tiene como base la corrección de las desigualdades entre los humanos que vivimos en países ricos y pobres; la emisión de gases de efecto invernadero, o lo que es lo mismo, la disponibilidad de recursos energéticos es lo que nos diferencia.
El primer punto débil es que no todos los países lo rubricarán. Entre estos países se encuentra el máximo emisor por habitante (USA) y los países con mayor población del mundo y que están en rápido crecimiento económico (China e India).
Un segundo punto débil es la insuficiencia de que lo acordado en el Protocolo de Kyoto para reducir la emisión de gases de efecto invernadero resulte en un control del cambio de clima. Se deberán tomar nuevas medidas de restricción si los humanos no queremos generar un coste económico, social y ambiental, muy importante, que seguro superará en ordenes de magnitud el coste de soluciones adaptativas y mitigadoras que podíamos haber comenzado a implementar desde hace unas décadas, cuando se detectó el problema y su origen.
Este es uno de los puntos más controvertidos en la actualidad. El principal problema es que no disponemos de información suficiente para predecir la respuesta directa o indirecta de la mayoría de las especies (incluidos los humanos) antes las modificaciones que predicen los modelos climáticos. Es una de las principales lagunas del conocimiento científico actual. Se tienen evidencias empíricas de cambios en la distribución, fenología y metabolismo de especies de muy diversos tipos de ecosistema, tanto marinos como terrestres. Tenemos evidencias de cambios en las potencialidades de cultivos en diferentes partes del mundo. Y se dispone de modelos ecofisiológicos de las respuestas esperables por muchas especies; con ellos se pueden analizar los resultados potenciales de distintas opciones de manejo y gestión.
Pero extrapolar los valores conocidos de algunas especies a los efectos sobre el conjunto de especies es mucho más comprometido. Los sistemas constituidos por múltiples especies manifiestan interacciones sinérgicas, compensatorias, y relaciones en las que no son infrecuentes situaciones umbral; además se puede dar cambio evolutivo. Todo ello hace que los modelos de repuesta biológica presenten una dispersión de las predicciones elevada (mucho más elevada que los modelos climáticos), lo que genera incertidumbre sobre los efectos. Sin embargo esta incertidumbre no debe ser utilizada para no tomar ninguna medida, sino que mas bien casi obliga a que se tomen utilizando un principio de precaución y de sentido común; existe una amplia experiencia en la literatura sobre efectos catastróficos generados por actuaciones que parecían inocuas.
Existe otro problema ¿como diferenciar la causalidad de los cambios ya observados entre factores climáticos y factores relativos a actividades humanas directas (pe, la extracción de recursos, modificación de aportes de nutrientes, entre otros varios)?. Sin embargo, existen evidencias empíricas de cambios en especies y ecosistemas, y de algunos cambios de régimen físico y biológico, asociados a cambios de clima.
Voy a poner dos ejemplos concretos. Hace un año Beaugrand y col (2004) describieron cambios en la comunidad pelágica, fundamentalmente tipos de especies de copépodos, relacionados con el cambio de condiciones en el Atlántico Norte. Pudieron demostrar la existencia de relación con la intensidad del reclutamiento (aparición de juveniles en la pesquería) del bacalao en esa misma zona con dichos cambios.
Científicos españoles (Gracia et al, 2001) han llegado a la conclusión de que el incremento térmico acelera la renovación de hojas y raíces finas en especies de árboles de la cuenca mediterránea en condiciones de mayor temperatura y xericidad. Este incremento exige una respuesta fisiológica importante por parte de los árboles. En las condiciones previstas por los modelos climáticos para el final de siglo, con estrés hídrico mayor que en la actualidad, y con suelos alterados, menos productivos, es muy probable que algunas especies superen los límites de su capacidad vital. No se puede descartar que se produzcan fenómenos de mortalidad en los próximos años asociados a los incrementos térmicos y a eventos extremos de sequía y calor estival.
Todos ellos son campos en los que se debe avanzar mucho más, utilizando esta situación para llegar a entender mecanismos que han quedado ocultos al análisis científico hasta la actualidad. Esta labor nos exigirá nuevos enfoques y metodologías sobre aspectos como: las relaciones entre organización y funcionalidad de sistemas complejos, las relaciones entre condiciones cambiantes y reorganización de los ecosistemas, mejora de la comprensión del sistema climático y su predicción. Es por tanto un reto intelectual de primerísima magnitud.
Por lo dicho anteriormente no se pueden hacer predicciones mas detalladas, aunque se pueda dar alguna norma genérica. Aquellos sometidos a estrés superior, en los que cambios climáticos no muy intensos superen los umbrales de resistencia de las especies. Las zonas áridas, arrecifes coralinos (si se superan las temperaturas para que se produzca el blanqueo), zonas agrícolas que no adapten sus sistemas de explotación o las especies a cultivar a la reducción hídrica (en España) serían algunos de ellos. También hay que considerar la flora y fauna de zonas de montaña; la dulcificación del ambiente puede provocar extinciones asociadas a la elevación en la distribución de especies que viven actualmente a menor altura que pueden excluir a las que han resistido en la alta montaña.
Se pueden plantear medidas paliativas, pero no se puede considerar que existan medios técnicos de reducción de gases de efecto invernadero en la atmósfera que sean eficaces, no consumidores de energía y baratos. Ni, desde luego, que no puedan entrañar riesgos potenciales muy importantes para el futuro. En todo caso, hay que pensar que si se mantiene el nivel de emisiones de finales del siglo pasado (planteamiento del Protocolo de Kyoto) la concentración final de dióxido de carbono en la atmósfera a finales del presente siglo sería de 550 ppmv, cuando entre la época preindustrial y la última desglaciación se situaba en 280 ppmv. Y si se reduce la emisión a la mitad en los próximos 100 años la concentración sería de 450 ppmv.
Por ello, además de multiplicar los esfuerzos tecnológicos en la producción de energía usable sin emisiones, deberíamos esforzarnos en la reducción de las emisiones reduciendo el consumo. Esto implicaría medidas de minimización de emisiones en el transporte, la construcción, la industria, el consumo privado, la iluminación nocturna, entre otras muchas.
Y no se deben olvidar las actuaciones adaptativas que antecedan a los propios cambios, que permitan asumir el costo de las modificaciones de nuestros (de todos los humanos en general, y de cada uno de nosotros) hábitos de vida y nuestros sistemas de producción. En ese apartado yo situaría a los estudios destinados al sostenimiento de poblaciones decrecientes, temporalmente envejecidas, dado que el incremento de la población mundial, además del incremento del consumo per cápita, esta en la base del problema.
Siendo intelectualmente honesto, controlando la población por niveles asimilables por los ecosistemas y especies que nos acompañan en la nave Tierra. Hay que tener presente que constituyen nuestro sistema sostén, entre las que hemos evolucionado, y que nos prestan servicios múltiples, evaluados por algunos economistas por encima del PIB mundial.
En segundo lugar, desarrollando una satisfacción vital sobre aspectos que minimicen la demanda energética. En este sentido es conveniente recuperar algunas ideas que H.T. Odum (1971) vertía en su libro Ambiente, energía y sociedad, en forma de los 10 mandamientos de la ética energética para la supervivencia del hombre en la naturaleza. El desarrollo de un nuevo orden de medida, que contemple de forma realista las nuevas necesidades relacionadas con el avance tecnológico, y la asunción de que una parte muy importante de la población humana no desarrolla su vida de acuerdo a las pautas de un mundo occidental, rico y derrochador. Y que todos estamos interrelacionados, globalizados diríamos ahora, y que por ello debemos responder de una manera coordinada. Este es otro gran reto intelectual y social con el que debemos enfrentarnos ya.